escrito por Juanjo Muñoz Knudsen
ilustraciones por Ariel Bertarioni
Acabo de comenzar la segunda lectura del libro de poesía Boceto de cuerpo entero, de Melissa Valverde, publicado por Abecedaria Editoras en el 2022. Lo releo a menos de un mes de la primera lectura, porque quiero hacer algunas anotaciones y condensar mejor las impresiones que me generó en primera instancia. Contrasto su relectura con otros dos libros que durante las mañanas leo, uno es una colección de ensayos sobre el sonido, escrito por Yan Jun, un músico y poeta chino, parte de la Generación Dakou, la escena o subcultura que reparaba cassetes y discos desechados por norteamérica que durante los 80s y los 90s arribaron en China con daños intencionales para imposibilitar su reventa (en esto no fueron exitosos ya que se desarrolló todo un mercado underground para este tipo de productos). Además de esto, estoy leyendo un libro sobre hechizos, meditación, y las perspectivas de personas neurodivergentes que quieran sumarse a la práctica de brujería o “low/folk” magick. Son días en los que despierto junto a mi gato Ninja sin tener claro por qué leo lo que leo, qué se va sedimentando de ello o para qué. Lo anárquico de mis lecturas me permite no entrar en rutinas, hace unos meses leía a los cuentistas polacos más importantes del siglo XX por las mañanas y por las noches un libro muy interesante (que pienso ahora que debería releer) sobre el desarrollo del cerebro, el auge del hemisferio izquierdo y la opresión que surgió en las sociedades a medida que aparecía en su cultura un alfabeto. Pero bueno, esta antesala a lo que quiero decir no es más que presentar mis credenciales como lector comprometido, no con la literatura, sino con los libros y la voluntad de quienes los escriben. Puede que esto último sea un tanto engañoso, ya que quienes existen cerca de mí saben que hay mucho de lo que me quejo respecto a la creación literaria y el mercado editorial, en especial en un país como Costa Rica sin cultura de crítica literaria y que de la poca que ha habido siempre me ha parecido una especie de caja de resonancia de todo lo que rechazo.
Antes de seguir mal enviajando con mis dudas y frustraciones respecto a lo incompartible del hábito de la lectura, transformando frustraciones innombrables en críticas que parecen excusas que parecen críticas, voy a saltar de una al por qué escribo esto sobre un poemario el cual probablemente no habría leído si no hubiera intercambiado un par de palabras con la autora afuera de la feria de libros Patio Abierto. Un intercambio menor, yo todavía fumaba y estaba afuera de la casa donde se realiza la feria, Melissa había salido a recibir o enviar un paquete, notó mi camiseta ilustrada por una amiga en común y franqueó el espejismo atómico de mi timidez. Dos ediciones más de Patio Abierto y un texto publicado en Samoa tuvieron que pasar para adquirir el libro. Con esto lo que digo es que les autores, les editores, vivimos una situación realmente difícil de hacer llegar las obras a aquelles que han de apreciarlas, pero bueno, eso es tema para otro texto.
Hablemos de palabras importantes, que nos aguardan sutilmente, que por su ausencia en la literatura universal han acumulado suficiente poder como para desestabilizar contundentemente, una palabra como Vainica. Me es igual de difícil explicarle a Ninja por qué es tan importante el uso de esta palabra en un poema, que explicarle que la cuarta marcha de un carro va después de la tercera, pero eso no cambia nada, no hace menos luminosa la experiencia de que ese poema exista, de que esa palabra aparezca en ese punto del texto. No sé si fue intencional que ese sea el primer poema del libro, pero durante diciembre estuve revisitando discos importantes de cuando tenía 19 años y me enamoraba por primera vez. Así es diciembre para mí, un viaje en el tiempo a mis primeros años de la U, pero suave, antes de verme absorbido y distraído por el rememorar la experiencia de rememorar, explico lo que quería decir: las primeras notas de la primer canción de Unknown Pleasures de Joy Division me hablan de un tipo de organización lineal, previo a la fragmentación de nuestra capacidad de atención, así que la palabra Vainica son las sílabas que dan pie a la manifestación original de lo que este libro propone. O bueno, tal vez no, tal vez solo sea que el papel, incluso el digital, aguanta lo que uno le ponga y en este momento lo que estoy decidiendo ponerle es un puente entre la experiencia alentadora de la novedad a mis 19 años y lo revitalizador que cierto uso del lenguaje puede ser para mí luego de más de 8 años de editar literatura nacional. Quiero dejar como nota acá que el verdadero halago que deseo dar del libro no yace en mi apreciación por su lenguaje, Melissa, sino en la voluntad que me transmite a jugar con las palabras y las ideas a la hora de hablar de Boceto de cuerpo entero.
Decir algo puntual sobre un libro que estoy disfrutando me resulta difícil, ya que la atmósfera que me termina cubriendo me es una experiencia más grata que la comunicación pseudo-académica de las ideas alrededor de la poesía y sus partes. Me resulta más atractivo vibrar en la frecuencia de la inspiración literaria que experimentó Melissa y que intuimos todes aquelles que leen la obra (y que percibo al ver reflejada mi propia crianza en sus palabras). Como leer un meme sensible, como sentir la cola de un perrito que se emociona y que suave e involuntariamente toca nuestro pie, emociones de bajo impacto que abrigan la vida de sus puntos dramáticos, altos o bajos. Eso creo que es la inspiración, una degustación grata de los espacios simples, menores y, también, comunes (en sentido de que son compartidos con otres).
Veo que sigo sin decir mucho de lo que permita clasificar esto como una reseña del libro de Melissa Valverde, el otro día lo hice muy bien, estaba con Juli, Kamil y mi hermana, creo que Ashley también estaba. Era una celebración por que era diciembre, una fiesta en el patio de mi casa. Yo les decía que había leído un poemario que me sorprendió, que eso ya no me pasa, que los poemas a veces alcanzaban puntos altos, que el lenguaje se sentía auténtico y que eso es una gran carencia en el contexto nacional. No pude decir mucho más, necesitaba tener el poemario a mano para enseñarles detalles, pero estábamos en el patio y yo tenía que ir a hacer un gin tonic o tenía que ir a abrirle a alguien que me acababa de textear, que estaba afuera.
Entonces hagamos como que ustedes son Juli o Kamil o mi hermana o incluso Ashley, que creo que también estaba. Y cuando digo que el poemario aborda aspectos del embarazo o del vínculo de las mujeres con ello, un vínculo que muestra una experiencia amplísima, de muchas capas, tanto sutiles como agresivas, les enseño estas frases “Tuve una pesadilla / té de ruda / me susurraron unas señoras” - “Cargo seres que no son […] callo ante mi misma. / Recuerdo / solo soy un canal”.
Ser hombre y editar mujeres es una experiencia muy enriquecedora. Desde hace años leo de cerca el trabajo de Melina Valdelomar, una escritora que admiro un montón. Más recientemente observo de cerca la intimidad literaria de Món Morales. Ese espacio que conecta a una con la otra también está siendo habitado por Melissa Valverde, pero desde su propio lugar, desde la lucha que es entender misterios durante nuestros 20s, desde su infancia que a veces intuyo más rural que la de Melina o Mon, algo que atesoro y remite a mis propios veranos en Liberia y a las mujeres que me han criado y guiado. Eso último no dice nada si no se han leído sus poemas, o lo que dicen no hará más que desorientarnos, pero lo podría mencionar así: La herencia de las mujeres, que es sorprendente que se haya vuelto este misterio cuando en realidad es la forma original de dicha transferencia. Lo que recibimos de nuestres antepasades siempre ha estado mediado por una mujer, ya sea a la hora de nacer o que en las formas originales de nuestra organización social la paternidad no existía ya que el embarazo y el dar a luz eran una experiencia tan enigmática como mágica, que se observaba desde el silencio de la razón metódica y estéril y que solo tiene que ver con la mujer y su cuerpo del cual salimos, ese portal. ¿Cómo fue que perdimos eso? Son miles de años que habría que desanudar para poder responder esa pregunta, pero creo que en el trabajo de Melissa y Món y Melina y tantas otras autoras que topan con esa misma pregunta y crean esculturas, monumentos a esa duda, a esa certeza de la carencia que aqueja al mundo desencantado, el de la misoginia como orden lógico de acción.
La historia de todas las mujeres que ella es y reconoce, no hacen desaparecer la individualidad que genera la autenticidad en su poesía, más bien de alguna forma ese contraste lo fortalece, como la frase de Niels Böhr, que ha de provenir del budismo Zen, que dice que lo opuesto a una afirmación correcta es una afirmación errada, pero lo opuesto a una verdad profunda puede bien ser otra verdad profunda.
“En sus trenzas yacía la terquedad
de quien se casa a escondidas con un indiferente”
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“La basura de la mudanza
son mis diarios de sueños.
Ya no quiero conservarlos”
Ojo qué buenas esas líneas, Juli o Kamil o Ali o Ashley.