Del 9 al 24 de Marzo la exposición Beyond Sherk de Andrés Murillo va a estar en Sendero (Barrio Escalante). Esta muestra está compuesta de 3 salas y se presenta como una experiencia inmersiva, afín o análoga a Beyond Van Gogh. Este texto recopila una serie de impresiones provenientes del preludio a la visita (conversaciones por WA e intrigas de redes sociales), la visita (viernes 15 de marzo a las 6:30 pm), y la post (3 aguas tónicas en el Acapulco con amigues).
El trabajo de Andrés Murillo generalmente remite a la cultura del meme, una afirmación que a todos nos aludirá a algo específico y personal, pero que si nos detenemos en ello resulta una declaración bastante vaga y amplia. Entonces, ¿qué decimos cuando decimos que el trabajo de Andrés Murillo remite al meme? Para responder esto voy a tomar un desvío que me proteja, no de dañar mi relación con personas de mi medio artístico/social, sino de realizar afirmaciones vacuas y sobrantes.
El contexto actual del arte visual presenta una tensión entre la inutilidad del arte y la exclusividad del arte, ambos vectores que ubican al o la artista en una posición de gran confusión si las problemáticas coyunturales (ecológicas, democráticas, económicas) y algún tipo de consciencia social existen en elles. Con esto lo que quiero decir es que justificar nuestro trabajo artístico se ve interpelado por urgencias mayores, por lo menos desde el parámetro práctico, que la representación de universos interiores y el afán de tender puentes de conversación entre los mismos, del o la artista a les espectadores (y viceversa).
Hago esta introducción a mis perspectivas del contexto de creación, o por lo menos de exhibición, de les artistas para plantear por qué creo que el meme resulta un área de enfoque atractiva para algunas personas.
La cultura, palabra de amplio rango, nos une, lo queramos o no. Somos partícipes de un tejido que en algunas secciones es sumamente problemático y en otras denota una naturaleza fractal y virtuosa. Son nuestras fijaciones, nuestro balance mental, qué tan bien nos relacionamos con nuestros pensamientos intrusivos, lo que definirá nuestra posición respecto a si la cultura está en crisis o más bien se comporta estable y consistente. Somos depositados, surgimos o explotamos, en una cultura definida (global, regional, local, psicológica, velada o expuesta) sin nuestro consentimiento. Creo que esto aparece cada vez más en las crisis de identidad propias y de nuestros pares. Lo cual tiene sentido y me quiero comportar empático respecto a las experiencias de les demás, por que quién no se ha sentido perturbado por la historia de violencia de las naciones, por las desgracias constantes que provienen de la corrupción y la avaricia, por los abusos sistémicos a abuelas, madres, hermanas, hijas y nietas, por la exclusión de personas que divergen de ideas arbitrarias de homogeneidad, por la mano que borra e insiste en seguir borrando la memoria y presencia de los pueblos que nos preceden. Todo esto es parte de nuestra identidad, porque nuestra identidad también es tiempo y desprendernos del tiempo resulta una tarea en el mejor de los casos desmesuradamente ardua y en el peor abiertamente inútil.
Pero bueno, Juanjo, y el meme qué? Es cierto, ¿de qué forma la cultura, el meme, las pseudo crisis que guían este texto, se cruzan? Lo que señala mi criterio para responder esta pregunta es que existe una frustración cada vez menos compacta que rige la experiencia de todes. Desde multimillonarios a habitantes de la calle, desde gente de U privada a gente de U pública, desde saprissistas, manudos, heredianos, cartagineses (hasta de guanacasteca), de personas que piensan que la Cali es una mierda y de personas que van a la Cali. Hasta les hippies, los que considero true y los que son puro aestetic, sus compulsiones están regidas por la tensión de la frustración.
Genero este catálogo inacabado para plantear que cualquier disección de la sociedad que queramos hacer solo presentará dos bandos formalmente distintos pero que están atravesados por una frustración en común que se expande y va abarcando nuevas facetas. Sin miedo a errar podríamos denotar esto una manifestación del contexto económico, uno que ha perdido la satisfacción como concepto, donde la avaricia toma control de la dopamina y en su gesto monopolístico y miope pierde de perspectiva la razón por la cual actuar y ser. Esto le habla a la población más acomodada, cualquiera que no viva preocupada por dónde dormirá hoy o la próxima semana o en un mes. Pero aquellos que viven condiciones más hostiles (explotación laboral, carencia de oportunidades laborales, condiciones genéticas que impiden el desempeño laboral) también crecen en frustración, no solo de una vida digna y una cotidianidad agradable sino del brotar, prosperar, que es elemental de la condición humana. Con esto lo que quiero señalar es que vivimos tanto el agotamiento por la carencia económica como la tensión por la carencia de realización personal.
Es acá, en este último punto, donde la preocupación actual del arte manifiesta la conversación sobre el meme a la que apunto. Los símbolos, los conceptos, los sentidos, han sido vaciados, esto no es una idea ni nueva ni original. Los conceptos y sentidos hoy en día cumplen funciones solo a corto plazo, como las sustancias que usamos todos los días para anestesiarnos. No proveen material sustentable, sostenible, que aporte o invierta en ideas del futuro. Esta ruptura con la idea del progreso no es algo que yo desee rechazar, que nos deba generar arrepentimiento, pero sí debemos considerar que hemos dejado solo un cascarón de algo que fue urgente y nos acompañó por mucho tiempo. Algo que se perdió o que quizás murió al no continuar con su proceso de cambio. Solo lo muerto no cambia.
De ahí retomamos a la pregunta ¿por qué recurrir al meme? Nosotres, quienes los disfrutamos y elles, les que los crean. Porque al igual que los iPhones y las Jordans, casi nunca nos detenemos a pensar en quienes los manufacturan. ¿Qué nos intentan decir con los memes les hijes del internet? Yo opino que se aferran a la representacíón sin error, a la afirmación blindada, a una autoestima resguardada a través de la parodia, una mezcla entre cinismo performático y apatía crónica.
Me inclino por llamar esto un fenómeno reciente, de las últimas décadas, pero puede que me equivoque. Pienso que al verse la masculinidad y su fragilidad cada vez más acorralada, fuera de la caduca dictadura de la “razón” (una definición que cambia a conveniencia del patriarcado y las convenciones) la duda no logra entrar en vigencia y se mantiene como un tabú, así que el cinismo adolescente y la misantropía se vuelven el fertilizante de identidades y criterios de niños que nunca llegarán a crecer. Así son nuestros hermanos mayores, así algunos de nuestros padres. Restringidos, alienados, atados a criterios que no legitiman el no saber, el equivocarse, personas que cargan traumas violentos que no se sanarán, por no querer o no poder, que en su caso son lo mismo. Y si bien trazo todo desde la masculinidad, esta perspectiva se le ha insertado a todas las personas, hombres, mujeres y demás, todes han sido corrompidos en alguna medida por el virus de la razón sesgada, la razón a conveniencia de nuestro ego y prestigio social.
Es así como el humor de internet, la democracia anónima de lo viral, los espacios de reunión tanto abiertos como clandestinos, permiten que la población más vulnerable y alienada, donde azota la epidemia de soledad, esa que permea a los hombres jóvenes de toda clase, país y raza, expulse una nueva filosofía que no se nombra explicitamente pero que se basa en el rechazo disimulado de la fragilidad, de la vulnerabilidad, de la sinceridad, de la sensibilidad, de la femineidad. Esto es cultura del internet, no solo el meme que surge a la superficie colectiva donde flotamos tranquis, sino también la violencia reprimida y solo actuada desde la imaginación, desde los planos ideales, desde la farsa y la parodia.
Abordando la exposición en sí, en específico la tercer sala, la que se ajusta más a mi expectativa de la exposición, alineada con otros trabajos de Murillo que he visto y sobre los que he reflexionado. Pienso que es en la que encontramos el meme en su forma más convencional, solo que trasladada a un formato de arte legítimo. Es decir, pinturas de grandes y pequeños formatos, desplegando una técnica no necesariamente extraordinaria pero sí estudiada, trabajada y con talento y afinidad por el replicar, el mimetizar aspectos clave de la historia del arte. Murillo es talentoso y lleva su talento a una casa extraña y delirante de la que nos hace partícipes. Pero es quizás en lo que no está dicho, ni por el artista ni por las obras, lo que realmente me cautiva lo suficiente como para decidir insertarme en la conversación.
Esta tercera habitación es en cierta forma una muestra del avance logrado respecto al tipo de trabajo que Murillo ya venía haciendo, donde su ojo ya no solo se deposita en lo extraño y aberrante, sino que intenta jugar con ello, buscando en los detalles inusitados de la cultura visual contemporánea un vacío estético que rellenará, o hará el amago de rellenarlo, a través de los códigos de la historia del arte y la estética contemporánea de los museos y las exposiciones. Es en esta dinámica entre referencia artística y fast food visual donde yace su discurso, pero más que eso es donde decide acampar y desplegar meses (o quizás años) de su tiempo a ver qué figuras, qué seres emergen para acompañarlo. Seres que él sacará de ese territorio mental y traerá de vuelta a la realidad compartida con nosotres. Una maldición inversa a la del arte añejo, habituado y masivo de propuestas como Beyond Van Gogh, como él critica en la primera sala de la exposición. Ésta, la más pequeña pero que da nombre a la exposición, es un poco disonante conceptualmente, o en mi perspectiva tiñe excesivamente a la propuesta. Acá lo que vemos no es un rechazo al pintor en sí, sino a la cultura compuesta de personas que le dan el soporte a experiencias artísticas comerciales. No es de mi interés rechazar la crítica que el artista desea plantear, pero sí me parece que tiende a caer en una tendencia superficial y generalizadora, e incluso abiertamente contradictoria, el plantear que el arte como experiencia masiva es en alguna medida menos sincera que los espacios under y deslucidos que usualmente frecuentamos para tener acceso a arte emergente.
De esta manera ya abordé el primer y tercer espacio de la exposición. El segundo pone sobre la mesa un aspecto que resultó o puede resultar un poco más problemático y en grandes rasgos lo que motiva que este texto exista, ya que fue un espacio que afectó sensibilidades, algunas fáciles de comprender y con las cuales empatizar y otras que se entregaron directamente a procesos cancelatorios y policiales. Nuevamente, no es mi lugar juzgar la validez o legitimidad de dichas críticas, mi interés acá es ver la exposición y sus obras como elemento cultural de un zeitgeist mundial y un patrón psicoemocional que es compartido, lo queramos o no.
La violencia como elemento narrativo es prácticamente inherente tanto a los videojuegos como a la poesía épica antigua, es decir existe en toda la tradición narrativa. Generalmente esta surge como parte de un conflicto, ya sea su detonante o su resultado, pero en el caso de lo presentado o sugerido a través del cortometraje animado que inspira a la segunda habitación, la violencia es un concepto humorístico y de voyeurismo semiótico. Explicar el lugar de la violencia en nuestro contexto actual o en la historia de la cultura humana requeriría mucho más tiempo, estudio y espacio del que creo que corresponde a este texto, así que haré un salto a lo que quiero plantear. La violencia dentro de las juventudes masculinas es una gran pregunta ya que es socialmente condenada a la vez que resulta estimulada y propiciada por la mayoría de espacios en los que se convive. La resolución no violenta de conflictos es sumamente escasa en los procesos formativos y pedagógicos, ya sea desde el hogar, la educación formal, las relaciones interpersonales o de pareja. Ya que la violencia es a la vez normalizada como cuestionada, la deconstrucción lógica de la misma no es satisfactoria, haciéndolo esto un elemento más de frustración o sumamente afín a la misma. Creo que hay una lectura existencial también a la hora de ver cómo la violencia rige tantos elementos de la experiencia humana a la vez que intentamos erradicarla, discursiva o simbólicamente. En este aspecto creo que la juventud en su afán de rebelión reinterpreta la misma y la lleva a un lugar humorístico, satírico, que permita procesar desde un espacio controlado o de menor vulnerabilidad.
La violación por décadas ha sido parte de la jerga e imaginario de la competencia entre hombres y cómo ésta es reinterpretada en la era de la postverdad resulta algo que deberíamos detenernos un poco más. Aspectos tan radicalmente dañinos y problemáticos no pueden ser abordados desde la apatía, ni subestimados por aquelles que hemos vivido alejados de experiencias de vida así de violentas. Esto más que un llamado moral a la forma de hacer arte, es una solicitud de una pausa a la hora de ser médiums del zeitgeist de nuestros tiempos, un poco más de contemplación y deconstrucción de la diferencia que yace en nuestra sensibilidad y la de les demás. No sé qué se puede ganar de ello, pero creo que lo que se pierda sería muy poco.
No sé si está de más señalar que el concenso de un chiquito de 9 años a tener sexo no es válido, como se presenta en la animación (originaria de un copy pasta surgido en 4chan hace 15 años). Y creo que reducir a que tan solo es un chiste, no es tampoco satisfactorio como explicación de su vigencia o lugar en nuestra sociedad, nuestra psique o nuestra convivencia con sensibilidades no forjadas en el fuego del vivir crónicamente en línea. Igualmente no me parece acertado reducir el tema de trabajo de Andrés Murillo a una fantasía de violación caricaturezca y extraña, procedente de un rincón desterrado del internet. Es deshonesto y malintencionado no percibir que el acercamiento de Andrés Murillo es otro, uno que quizás tiene más que ver con la antiestética proveniente de la animación digital emergente y el trabajo con herramientas virtuales por parte de personas no entrenadas o abiertamente desinteresadas de formar parte de cánones visuales dominados y propagados por Pixar y afines.
Creo que en este espacio, procedente de esta animación (y copypasta) había mucho que desempacar y conversar, pero ni Murillo discurre al respecto ni sus “detractores” se toman la conversación con importancia más allá que un velado o expuesto llamado a la cancelación y el rechazo. Creo que es una oportunidad que se pierde de establecer algún puente entre experiencia y conocimiento, algo que siempre es muy rico de ver manifiesto en una sociedad cada vez más aislada y determinada por contenido generado anónimamente, esto desde el sentido en el que no sabemos prácticamente nada de quien produce el contenido que consumimos a través de algoritmos y el deambular en redes.
Pienso también que el rato que he disfrutado de escribir este texto, las reflexiones que me forzó a definir y las posibles futuras conversaciones con compas y desconocides que puedan ocurrir sí son gracias a la reflexión incompleta de Andrés Murillo y a los posteos iracundos y violentos en redes sociales de sus posibles detractores, así que les agradezco por ser parte de lo que compone el gran rango de lo que somos, algo que percibo sin bandos, más como un espectro diverso pero no divorciado, conectado de una manera más personal e importante que lo que muchas veces queramos reconocer.
Acá al final dejo también la anotación de las dos piezas que más me estimularon, “La Shrekita” en colaboración con la ceramista Mariangel Cole y la “Vasija Sherotega”, en colaboración con les artesanos Betty Carrillo y Roger Chavarría. Ambos productos colaborativos que renuevan por un lado la conversación respecto a iconografía y por el otro, una reconceptualización del trabajo en artesanía nacional, que en mi caso en específico remiten nostálgicamente a visitas de infancia a la zona de Guaitil en Guanacaste.
Texto por Juanjo Muñoz Knudsen