El maíz sabe mejor en el sistema de honor (SEGUNDA parte)

por Robin Wall Kimmerer
ilustra Majo
(primera parte)

A pesar del recordatorio de los millones de hectáreas de hojas verdes ondulantes y mazorcas doradas, el maíz procesado es tan ubicuo en nuestras vidas que nos hace pensar del maíz como un producto y no una planta viva. ¿Cuál es nuestra relación con la planta que tan literalmente nos creó?

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Los escritos de algunos de los primeros colonizadores revelan que creían que el maíz era un cultivo primitivo, porque no requiere máquinas ni animales para su cosecha y procesamiento, como el trigo que les era familiar. Confundieron la aparente facilidad con la que el maíz alimentaba a las personas como si fuera una falta de sofisticación de su agricultura, en lugar de reconocer la genialidad del sistema. El maíz no ocurrió por accidente. Charles Mann ha llamado a su evolución un «acto audaz de manipulación biológica consciente» por parte de les granjeres mayas.

A diferencia de otras plantas cultivadas, al maíz se le ha llamado una «invención humana que no existe de forma natural en estado salvaje y que solo puede sobrevivir si es plantada y protegida por humanes»2. El proceso de domesticación cambió a la planta de forma dramática hasta el maíz que conocemos hoy. La selección artificial por granjeres observadores y expertes dirigió a una planta cuya forma y función le permitió convertirse en una de las tecnologías de producción de alimentos más eficiente jamás inventada. Cerca del 6500 a.e.c., el maíz era cultivado más ampliamente que cualquier otra planta a lo largo de las Américas, y con mayores rendimientos y múltiples usos.

¿Cómo ocurrió esto? Es la historia de la danza entre los dones únicos de la planta y el don único de la humanidad por la tecnología. No la tecnología en el sentido de máquinas autónomas que nos separan del mundo viviente, sino una tecnología sagrada, que nos une. Usando ciencia indígena, humane y planta están enlazades como cocreadores. Les humanes asistieron en el parto de esta creación, no son sus maestres. La planta innova y las personas nutren y dirigen esa creatividad. Están unides en un acuerdo de reciprocidad, de prosperidad mutua.

Una historia del origen del maíz de nuestro pueblo Potawatomi llama al maíz como la primera madre de nuestro pueblo, una mujer que arrastraba una hoja verde detrás de ella. Por amor a les niñes hambrientes que vendrían, dio su propia vida y cuando fue puesta en tierra fértil se convirtió en la Madre Maíz, sacrificando a sus propies hermoses niñes semilla por todas las generaciones que siguieron.

La agricultura del maíz es pragmática y sagrada a la vez. En la sociedad dominante no consideraríamos al pan de maíz una comida sagrada. Es solo un producto, algo de comer, así de alejades estamos de sus orígenes. En el pensamiento occidental, meramente objetivo y científico, el maíz es simplemente un paquete de almidón, proteína y lípidos unidos de forma conveniente en una semilla. Pero, cuando el maíz es llamado «La esposa del Sol», o «Madre de todas las cosas», recordamos que los granos no son solo «cosas» sino un regalo de una planta, un ser creado de luz y agua y aire, lo inorgánico traído a la vida en una unión del cielo y la tierra para que nosotres mismes vivamos. Este es el pensamiento de la rueda medicinal que permite que espíritu y materia conversen.

La reverencia al maíz se ha perdido en la agricultura industrial, pero vibra en el aire en la granja de la herencia en la Nación Onondaga, donde trenzas de mazorcas multicolores cuelgan de las vigas. La Nación Onondaga es el centro de la Confederación Haudenosaunee (Iroquois), de quienes habilidosas granjeras han atendido campos de maíz que se extienden por millas. «Estas semillas son nuestras antepasadas», dice la granjera Angie Ferguson. «Cada semilla lleva el conocimiento del regalo que recibió. Sabe qué hacer. Es un milagro poner una semilla en el suelo y ver lo que pasa». Angie es líder en el movimiento Braiding the Sacred, que administra las semillas y que está revitalizando la agricultura indígena, granjera por granjera, semilla por semilla, canción por canción.

Ellas llaman rematriación al proceso de devolver las semillas y el respeto hacia ellas. La cuidadora de semillas Rowen White escribe que «la palabra “rematriación” refleja la restauración de las semillas femeninas de vuelta a las comunidades de origen. El concepto indígena de Rematriación se refiere a reclamar los restos ancestrales, la espiritualidad, la cultura, el conocimiento y los recursos, en lugar de repatriación, más asociado con el patriarcado. Simplemente significa de vuelta a la Madre Tierra, un regreso a nuestros orígenes, para vivir y cocrear, en lugar de la destrucción y colonización patriarcal, una recuperación de la germinación, de la vida que da fuerza al Divino Femenino». Ellas están replantando lo sagrado. Aquí, ellas recuerdan el nombre de la Madre Maíz.

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A Angie le dieron la responsabilidad de cuidar la colección de semillas que representa un legado de tecnología sagrada. En filas de jarras relucientes hay cientos de mazorcas como no se han visto antes: mazorcas de palomitas de maíz de cuatro pulgadas como jade, mazorcas de catorce pulgadas, casi negras; magenta, ocre, rosado manchado, azul, blanco, rojo y calicó, mazorcas como wampum morado y blanco, colores del atardecer, granos marcados por alas de águilas, de 6 filas, 8 filas, 20 filas, rectas, en espiral, maíz para harina, maíz para mush, maíz para rostizar, maíz para sopa, para chicha, para medicina usada en ceremonias, maíz de raíces alargadas para el desierto, maíz de corta temporada para el norte. Si maíz y granjere pudieron pensarlo, está en esas jarras.

El objetivo del fitomejoramiento indígena del maíz fue promover la diversidad genética, porque en la diversidad yace la estabilidad y la seguridad alimenticia. Les granjeres trabajaron con la planta, guiándola con habilidad para que satisficiera las necesidades naturales del paisaje y las personas.

Los detalles precisos de cómo fue domesticado el maíz a partir de sus ancestras salvajes permanecen un poco en el misterio. Análisis arqueológicos y genéticos revelan que es probable que el maíz fuese domesticado hace unos 9000 años a partir de la hierba salvaje ancestral teosintle, Zea mays ssp. parviglumis. «Teosintle» es una palabra indígena Nahuatl que significa «sagrada mazorca de maíz».

El teosintle puede cruzarse con el maíz, y es bien recibido por les granjeres tradicionales en los bordes de los campos, donde es muy apreciado por su capacidad de «fortalecer» el vigor del cultivo de maíz. La investigación genética muestra que los cruces entre el teosintle ancestral y el maíz en evolución han jugado un rol importante en los cambios que acompañaron la domesticación. El proceso de retrocruzamiento de una híbrida con su ancestra, conocido como introgresión, es un motor para la diversidad genética, que crea nuevas combinaciones que les granjeres luego pueden seleccionar para sus campos y propagar. La introgresión aún se usa en el fitomejoramiento contemporáneo del maíz, pero de hecho, las innovaciones que la agroindustria reclama con patentes se originaron en la ciencia indígena, que creció desde el conocimiento íntimo de la naturaleza del maíz y sus necesidades ecológicas.

Pero, seamos honestes. No podemos darle todo el crédito de la invención del maíz a les humanes. El maíz es una innovación tan alejada de sus parientes del monte que, si tuviéramos que dar una patente por su brillante diseño, esta debería ser para la misma planta. Les humanes notaron lo que el maíz inventó, y luego lo adaptaron para sostener sus propias vidas.

Un distintivo de muchas tecnologías es que aprovechan energía que no es nuestra para realizar una tarea. El maíz, el Portador de Vida, es un maestro de la transformación de energía. Logra proezas que les ingenieres aún no han duplicado: la fotosíntesis.

Parte de la historia de la excepcional productividad del maíz se basa en su fotosíntesis C4 supercargada, presente sólo en 5% de las especies de plantas con flores. El proceso C4 permite una alta eficiencia al convertir dióxido de carbono de la atmósfera en los bloques de azúcar que construyen la vida vegetal. El maíz puede llegar a ser 50 por ciento más productivo que plantas típicas C3, como el trigo y las papas. Si se ve de cerca, es posible observar dónde ocurre la magia. Cada una de las largas venas en una ondulada hoja de maíz está rodeada por un círculo de células verdes gorditas. Parecen de un tono de verde distinto al de las células de la hoja, y lo son, debido a un tipo distinto de cloroplastos, el motor responsable de convertir el dióxido de carbono en comida. Este grupo especial de hojas cobertoras tiene enzimas únicas que capturan carbono, y que son muy buenas en su labor. Si nos imaginamos dentro de la hoja, podríamos ver las moléculas de dióxido de carbono siendo transportadas a través de las relucientes membranas en las garras de una enzima especialmente diseñada. A diferencia del aparato C3, que puede ser secuestrado por el oxígeno errante, cada una de las moléculas de CO2 que atrapan se convierte en el precursor de nuestro azucarado pan de maíz que luego es polimerizado en almidón para su fácil almacenamiento en la semilla.

El maíz comparte las raíces fibrosas, las flores polinizadas por el viento, y las largas hojas de la familia de las gramíneas, pero en muchas formas se distingue. No menos importante es su tamaño extraordinario, que le mereció la descripción de «un zacate monstruoso». Vive a escala humana, desafiando la naturaleza discreta de sus parientes en formas que revelan su larga asociación doméstica con las personas. Que yo conozca, el maíz es la única planta que produce comida que comparte el tamaño del cuerpo humano. Los árboles son mucho más grandes, la mayoría de cultivos son más pequeños, pero el maíz y las personas se pueden parar cara a cara. Muchas hierbas, como las que hay en tu césped o los altos pastos de la pradera, se diseminan y hacen muchos brotes idénticos a partir de una única semilla. A esto se le llama macollamiento. Sin embargo, el maíz no tiende a macollar. Lo que hace es enfocar toda su energía en hacer un sólo tallo genéticamente único, tan alto y robusto como une granjere.

La forma distintiva en la que florece el maíz lo hace ideal para la crianza. Las flores macho y hembra están en diferentes partes de la planta, lo que hace posible influenciar el linaje de las semillas. Las espigas macho sueltan polen desde lo alto de la planta, y las flores hembra cubiertas dentro de la mazorca se conectan con el mundo exterior sólo por las barbas del maíz, estos tubos largos que son el conducto para la fertilización. Cada hebra de las barbas del maíz llevan a un ovario en espera, que si es polinizado, se convierte en un grano de maíz individual. Le granjere astute cruza machos de un tipo con hembras de otro para obtener nuevas variedades. Con mazorcas enteras de diferente descendencia de donde escoger, le granjere escoge las mejores combinaciones genéticas cada año, mejorando y cambiando la planta de forma gradual a través de la selección artificial. Ya sea polinizado de forma aleatoria o el resultado de un emparejamiento cuidadoso, el maíz es una planta con una diversidad genética extraordinaria. El maíz moderno de la agricultura industrial cultiva un producto uniforme y homogéneo, muy distinto a la desenfrenada variedad del maíz indígena.

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Una mazorca de maíz representa una familia entera de semillas ancladas al elote. Ninguna otra planta empaqueta sus semillas ricas en energía de una forma tan eficiente. Esto es bueno para la planta y bueno para las personas. Las semillas nacidas individualmente son vulnerables a pestes, enfermedades y pájaros hambrientos, pero el maíz las protege a todas en sus capas de hojas enfundadas. Es mucho más fácil cosechar semillas empacadas en una mazorca que semillas individuales. Esta eficiencia significa que una única planta llenará de forma generosa una olla de sopa para sus cuidadoras. Con toda esa descendencia envuelta en una sábana de hojas, el maíz personifica su nombre: la Madre Maíz.

Estas mismas características que hacen que el maíz sea tan valorado por humanes hace imposible que sobreviva sin nosotres. Con todos esos granos estrechamente empacados y completamente encerrados por las hojas, las semillas están atrapadas. No se pueden diseminar por sí mismas. Necesitan las manos humanas para liberarse de las hojas, soltarlas de la mazorca y sembrarlas en tierra fértil. Nos necesitan para empujarlas en la tierra en cada primavera. Las personas y el maíz están enlazadas en un círculo de reciprocidad, no podemos vivir sin él y él no puede vivir sin nosotres.

(enlace al texto original)