Leer a Melina es una experiencia que aún no logro definir, es como la sensación que queda después de ver una comedia romántica, pero también como la que queda después de un documental de la muerte de los corales, pero también como la que queda cuando una se toma un chocolate con la abuela… y también como la de después de una mala borrachera…
La facilidad y la delicadeza con la que los textos nos llevan del rosa pastel al rojo emergencia me parece fascinante porque no se ve venir. La sencillez con la que se usan las palabras y la falta de pretensión y solemnidad nos regala una lectura humana, fluida y empática, y yo como lectora no puedo agradecer esto lo suficiente.
Cómo se nota cuando una autora no necesita demostrarnos lo inteligente que es, pero sí que sintamos con ella, que seamos seres humanos juntas, que atravesemos el peso y la alegría de vivir con una narración honesta y dejada de varas.
La salpi y otras crónicas femeninas nos pone tabúes en la cara, porque todo lo que tiene que ver con lo escatológico y con la sexualidad femenina es un tabú, pero es que Mele nos recuerda que no, no es tabú, es la simple y llana realidad de vivir con un cuerpo mamífero, y más específicamente una cuerpa mamífera.
Como yo también habito en una cuerpa mamífera leí estas crónicas entre risas de empatía y ojos aguados, también de empatía, con una enorme complicidad, como las amigas de The Craft, que hacen travesuras y se toman un vino bautizado con sangre a escondidas y ríen, o como el esposo de Melissa en Escape, que la acompaña en su padecer y lloran.
Me parece importantísimo que este libro exista, que Mele siga recordándonos que, al final de cuentas, somo animales, seguimos siéndolo, por más que queramos negarlo u ocultarlo, eventualmente todes terminamos de cuatro patas curándonos o satisfaciéndonos. Y que eso es hermoso.
No quiero hacer spoiler del libro y tampoco me quiero extender mucho, pero sí quiero hablar específicamente de dos imágenes contenidas en Bartolinitis y en Exorcismo Maternal. Yo nunca he tenido Bartolinitis, ni soy madre, pero la imagen de esta chica agachada sobra una palangana con agua caliente, curándose, intentando rescatar su cuerpo y la imagen de esta chica pegando alaridos, maldiciendo, arrancándose los pelos de la cabeza y brincando en la cama, me las llevo como un regalo personal. Ambas imágenes las lloré mientras leía porque me vi a mí misma, sentada en la taza del baño con un reguero de sangre, limpiando mis fluidos del piso, de la ropa, de mis piernas con asco, con vergüenza, con hartazgo, me vi a mí misma pegando alaridos a la cara del pobre diablo que tuvo la mala suerte de cruzarse por mi camino en un mal momento, me vi maldiciendo a dios y a cuanto bicho sea culpable de y que tenga que pegar alaridos porque es mucha la energía, la carga, la ira, el dolor y la impotencia que acumula una cuerpa mamífera.
Y bueno, nada, les invito a que compren el libro, lo lean y encuentren su propio regalo personal, les aseguro que ahí va a estar, y ya, para terminar, también les invito a que celebremos que somo mamiferes, seres sexuados, seres sociales, seres asquerosos y maloliente, pero sobre todo, celebremos por Melina y por cada mujer que sí tiene y ha tenido derecho a decidir sobre su cuerpa y vivirlo libremente y compartirnos sus experiencias.
Alejandra Marín
El 12 de diciembre del 2018, Melina me envió por correo electrónico lo que en ese momento ella llamó su “hije en gestación”, un PDF titulado “Crónicas femeninas”. Mi respuesta fue: lo voy a imprimir y le entro. Punto y aparte le pregunté: ¡Te apuntás a leer algo en lo que yo estoy trabajando? A los 3 minutos ella me contestó: ¡Claro!
Para mí, este intercambio de correos da cuenta de las 3 cosas que me parece puedo compartir hoy.
Primero
El ejercicio de escribir deja de ser ese impulso solitario e intimo que potencialmente podría convertirse en un diario guardado en una gaveta cuando no solo queremos sino que necesitamos que sea algo más. Justo en ese momento del proceso salimos de nuestro ensimismamiento, volteamos para todo lado como midiendo el viento y vislumbramos un horizonte en busca de con quien compartir. Nos animamos a preguntarle a alguien qué piensa de lo que hacemos con el riesgo de que vengan preguntas, correcciones, incluso recortes sustanciales y por supuesto a posibilidad de no habernos dado a entender. Aún así, es inevitable en este proceso y lo enviamos. Eso, siguiendo el concepto de hije en gestación de Melina, es como ir a ese primer ultrasonido en el que le dicen a una si el embarazo va o no va. Yo, en aquel momento, leí esos textos y los supe de inmediato llenos de vida.
Segundo
El privilegio de reconocernos con Melina en ese mar de ideas y el ensimismamiento. Sin tener que pensar igual ni escribir parecido. Sin vernos todos los días, solo sin la menor duda de que la otra está para la otra. Saber que hay tiempo en el medio de nuestras vidas para escribir y para leernos. Porque reconocemos en la otra que las razones por las que escribimos vienen -aunque intentamos encriptarlas, ponerles humor u hacerlas un libro- de experiencias más que personales, intimas, que transforman nuestra manera de entendernos y entender el mundo. Experiencias que rumiamos por meses o años hasta exorcizarlas en forma de literatura. Además, gracias a esto tengo derecho de autodenominarme tía del hije de Melina porque ella me quiso ahí y aquí sigo.
Tercero
Poner sobre la mesa que estamos frente a una serie de relatos que es necesario subrayar como femeninos. No porque sean aptos para mujeres o porque hablen de “cosas de mujeres”, sino porque hablan desde un conocimiento vivencial sobre situaciones que solo siendo mujer se viven. Son testimonios de primera mano, no algo que a Melina o a cualquier otra u otro le contaron, o que ella imaginó sin nunca haber estado ahí. Melina no está apostando por escribir porque le sale bien. Está apostando por contar desde una mirada que narra las historias como no siempre nos las cuentan, por dejar un registro documental de que esas cosas fueron así – que son así- como quien sin parpadear nos mira a los ojos para decir: ¡ah, no sabías que eso era así? Y esas palabras nos llegan lindo, con frescura, humor, con un ritmo sabroso para después rebotarnos con fuerza en la cabeza e insistir en esa pregunta: ¡en serio no sabías que eso era así?
Cierro diciendo que mi sobrine nació después de más meses de gestación que los queridos por su madre. Estas paridas son así, sortean las semanas, los meses, los horarios y los ritmos propios y de todo lo que no controlamos. Así que como era de esperarse, “La Salpi y otras crónicas femeninas” nació no solo cuando pudo, sino que cuando quiso. Véanla y léanla. Les advierto que esta criatura nació con dientes y caminando sin andadera.
¡Felicidades y gracias por hacerme parte de esto Meli!
Paula Piedra