UN ROBA CARROS EN SANTA BÁRBARA TIENE MI PUNK-O-RAMA

por Camila Salazar
ilustración por
Ariel Bertarioni

No recuerdo cuál fue el primero, eran varios en esa época: uno verde de Bob Marley, los de Ricky Martin, Pies Descalzos, el de las Spice Girls. Todos sonaban en la grabadora de plástico, azul, amarilla y roja que tenía un micrófono incorporado con el que también podía grabar mis propias canciones. Como no cantaba muy bien, opté por el arte de la coreografía, obras inéditas que siempre eran bien recibidas en fiestas familiares. A los 7, me regalaron el que creo fue el primer CD, uno de Los Ilegales, en el que venía el “Taqui taqui”, que bailé sola el día de talentos en el gimnasio de la escuela. Luego de ese, han venido muchos.

El de OV7 que me gané en una búsqueda del tesoro que organizó mi tía el fin de año de 2001 en Jacó. En realidad, todos los primos nos ganamos un disco esa noche. En ese entonces mi tía todavía nos compraba regalos y todas las ramificaciones de la familia aún se reunían a celebrar.

Luego llegaron los de rock en inglés. El de la calavera de fuego de The Offspring que traía unas ilustraciones que trataba de replicar para generar la falsa expectativa de que no dibujaba tan mal y tenía un lado artístico. (not). El primero de Linkin Park, del que una vez conversé con un primo que vivía en Estados Unidos, que era muy callado y quería ser militar. Se hizo bombero.

Uno de Slipknot, supuestamente robado de Masxmenos, que me regaló un compañero de colegio, que una vez me apreté en el Real Cariari (aunque realmente no quería) y tenía la lengua muy áspera.

El Tell All Your Friends que me trajo mi papá de Canadá cuando fue a visitar al tío que tenía cáncer. Me imagino a papi con su inglés tropezado en alguna tienda de discos en Vancouver, tratando de pronunciar el nombre de la banda que yo le había apuntado en un papel.

Los que no traían la letra en el librito, una conchada. Los que sí traían las letras y entonces las estudiaba por horas sentada en la cama y luego pedía en vano si podía poner las canciones mientras íbamos en el carro, para que mi mamá viera que las letras eran super profundas e inteligentes, como por ejemplo: the truth is you could slit my throat and with my one last gasping breath I’d apologize for bleeding on your shirt.

Todos los que quemé, cuando el internet era un mundo de recursos limitados, sujeto a una factura telefónica. La regla general era, disco bajado, disco quemado, porque a veces el disco bajado venía con un virus y la compu terminaba donde Alonso, el doctor de compus, que siempre la devolvía formateada.

Los que migraron al ipod Mini, luego al Video, después al Touch, que dejé perdido en un campamento en África, pero a veces me emociona que tal vez hay alguien en Tanzania que está matizando emo de los dosmiles.

El Rock against Bush y un Punk-O-Rama que dejé olvidados en el pickup de papi en la noche incorrecta y ahora los tiene un roba carros en Santa Bárbara de Alajuela.

El de Foxing que cargué bajo el brazo en el metro, luego del concierto en el que cerré los ojos para escuchar mejor la felicidad.

Los que no compré en Rough Trade, el día que tuve que agarrar fuerzas para una despedida definitiva. El Punisher que compré en ese mismo lugar, cuando ya había aprendido a dejar ir en el momento justo.

El que me dejaron de sorpresa detrás de un sillón, para decirme que me querían.

Los que están aquí expectantes.

El que está sonando ahora.