No estoy lista para ser coherente

por Mariela Richmond
ilustrado por Melissa Aguilar

Hace unos meses confesé en redes sociales que vivía varias vidas al mismo tiempo, en realidad lo dije metafóricamente, porque esas no fueron mis palabras, pero es real. Todo empezó hace varios años cuando entré a un colegio vocacional, tocaba elegir una carrera desde esa edad, porque según mi papá, había que estar lista para salir a trabajar lo antes posible.

En la Universidad, matriculé una carrera que no era lo que yo pensaba, para no perder todos los créditos y tratar de encontrar un rumbo corto, me cambié a una carrera similar. Allí tampoco fui feliz, -suspiro-, por mi capricorniana forma de tomarme las cosas, terminé ambas carreras, la meta era tratar de perder la mínima cantidad de tiempo y recursos. La palabra productividad ya estaba anclada a mi apellido. Siempre trabajar, trabajar. Parar era un lujo que no podía darme, algunas veces por necesidad y otras porque simplemente no quería. Mi pareja dice que me gusta andar persiguiendo labores de la vida, algunos días le creo, pero otros creo que estas labores de vida me persiguen a mí.

Ahora, como en ese entonces, me interesan muchas cosas al mismo tiempo, no sé elegir, no me gusta, no sé hacerlo. Me pasa que por la mañana le dedico un rato a la computadora, seguramente dando alguna clase o escribiendo algún correo, luego voy a un ensayo de teatro, paso a buscar objetos o vestuario en alguna americana, regreso para diseñar o diagramar algún documento, se me ocurren ideas sueltas para algún proyecto, busco fondos, llamo a las colegas a ver si se apuntan a explorar corporal o visualmente conmigo, me conecto a una reunión virtual donde al principio nos quejamos de los quehaceres del día, luego pensamos en nuestras economías y planes a 10 años. Al día siguiente voy a la huerta, estoy en la mañana quitando malezas o cortando la cerca viva, doy una clase por zoom al mediodía, pienso en las posibilidades de los archivos, salgo a hacer unas fotos para una performance, me mensajeo con una colega pensando en por qué la pedagogía afectiva es tan difícil de aplicar y le expongo todas las dudas que tengo, migro al archivo de artes escénicas a pensar en la historia del teatro en los años setentas en Costa Rica, buscos frasquitos de vidrio para guardar las semillas que urge sembrar y así y así.

>No estoy lista para ser coherente<

Me siento culpable por ser el vivo ejemplo de persona con deseos de rizoma y síndrome de piernas inquietas. Debería parar me dice la gente que quiero, “deberías decir que no” y simplemente descansar, pero cómo les explico que a mis 35 estoy aprendiendo a ser yo misma; me hace sentido moverme como araña tejiendo redes, aunque algunas veces sienta que tiene poco sentido todo lo que hago, o que voy muy lento por estar en tantas cosas, o que voy muy rápido y no profundizo. La bruja del Sur, Silvia Rivera Cusicanqui, dice que tenemos que hacer de todo aquello que miramos, que vivimos, una materia para el pensamiento. El pensamiento que no se nutre de la vida termina esterilizándose y esterilizando la palabra de la cual es portador.

Si lleno los días de accionas nuevas, las formas de pensar me llevarán a esa nutrición utópica de la que habla Silvia; en la colectividad esa labor es posible, una sola no tiene tantas opciones, ni ideas, en cambio, cuando intercambia un café, birras, un vino, las posibilidades y preguntas comienzan a surgir y como una no quiere que el fuego se apague pronto, combustiona para hacer posible la producción de esas ideas en formas concretas. Abrir procesos y mantener la llama viva es una profesión de tiempo completo.

Me abruma que no esté pasando nada; me tranquiliza saberme ocupada, saber que puedo cambiar de camino, que no hay una rutina. John Cage en una entrevista que le hicieron en 1991 habla sobre la experiencia del silencio. Lo explica con una frase que me gusta mucho: devenir turistas. Se vale mirar el mundo desde otras formas de percepción, pasear por los espacios como si fuera la primera vez, acercarse al placer de las primeras miradas, sentir las cosquillas en la panza, no saber por dónde ni cómo comenzar el trayecto. El pensamiento turista, -dice un amigo-, funciona muy bien para quienes necesitan huir de sus días, interrumpirlos con una especie de “días soñados” vacacionales. Pero para nosotras, las raras, el trabajo satisface parte del deseo, hay una satisfacción en tener días cargados de labores, en lograr triunfos tachando las listas de pendientes, en emocionarse por los fines de semana con jornadas productivas.

Me gusta la imagen de una sola playlist a lo largo de la vida y no de canciones por separado, aunque algunas sean muy distintas a las otras, van cambiando conforme nos transformamos o mutamos, un solo ritmo que sostiene las etapas, los proyectos, las parejas, las mudanzas, los deseos. Ubicarme en un lugar donde las raíces se crucen de vez en cuando, tiene sentido: que de los olores y colores del compost salgan las reflexiones para las clases, que desde los archivos históricos nos preguntemos por los procesos de Agri-Cultura, que la educación y los afectos entren en contacto con las semillas y con el cuerpo.

>No estoy lista para ser coherente<

Tengo presente lo encantador de las horas de ocio y las maravillas que genera la relajación absoluta y el no hacer nada, sin embargo, no estoy de acuerdo con que sean agendadas únicamente para uno o dos días a la semana, en mejores condiciones laborales. El trabajo debería tener incorporadas las horas de disfrute en medio del estar haciendo, debería existir la posibilidad que sea menos agotador, más humano, más sensible y más gozadas y deseadas las horas de trabajo semanal. Escribo desde el entusiasmo, pensando en condiciones utópicas, pero no imposibles, atacando a mis deseos de no sentir que se me escapan los días entre los dedos y solo queda pensar en la pensión como aquel momento en el que llegaremos a ser dueñas de nuestro tiempo y podremos hacer lo que nos venga en gana.

¿Qué cosas haría con mi tiempo? ¿Qué preguntas tendría? ¿Qué cocinaría? ¿Quién vendría a visitarme? ¿Qué estaría investigando? ¿A quién leería? No estoy segura de que me alcancen las horas. En el presente, obviamente hay que resolver el alquiler, el gallo pinto y las múltiples deudas, pero me ilusiona pensar en construir algunos de mis días en los treintas, como si el trabajo ya no fuese trabajo y el valor capital no fuese el resultado principal de lo que hacemos o dejamos de hacer a diario.

Quizá esto logre apagar a poquitos la dosis capitalista del sistema macabro que llevamos encima como generación, que busca mil formas de mantenernos productivos, con la falsa idea de comprar nuestros minutos, horas y días por un pago que no se ajusta, por lo general, a lo que el corazón apunta, pensando en que nunca somos suficientes, que el tiempo no alcanza, que siempre estamos en deuda y que nada será realmente nuestro, aunque luchemos una vida entera por alcanzarlo.

>En fin… quiero pensionarme pronto, o al menos, hacer cada día un poquito de lo que me place, sin importar lo que eso sea<