Nada de nada 

por Paula Piedra 
ilustra Clow

Hay tantos sueños que acaban de repente porque no me sale la voz. Despierto con angustia, sobresaltada y con sudor en la frente. 

De niña, cuando salía con mi papá en el carro, sentada a su lado copiaba sus movimientos. Yo también iba conduciendo. Mi volante, la entrada de aire delantera derecha. El freno: uno imaginario que accionaba con el pie derecho, la marcha, la manigueta de la ventana. En los ochentas no usábamos cinturones de seguridad. Entre él y yo, mucho silencio o algunas palabras perdidas que yo prácticamente susurraba. Frente a mi introversión, mi papá me retaba diciéndome que hablara fuerte y con buena postura, que todo el mundo se enterara de cuando yo estaba diciendo algo. 

Diálogos que días después terminan en monólogos durante la ducha matutina, cuando finalmente se me ocurre qué contestar. 

En el año 1993 tuve la oportunidad de pasar un año de intercambio en una secundaria gringa. Aproveché para matricular una clase de teatro. Mr. Langford fue no solo un buen profesor, sino también un mentor con quien conversaba de Frank Lloyd Wright e Isadora Duncan. Me ayudó por horas a montar un monólogo para el cual aprendí a llorar en la palabra final, una que nunca olvidaré: zilch (algo así como nada de nada). Meses antes de que acabara el año empezó el montaje de la obra de teatro de fin de curso lectivo, un magno evento entre el estudiantado. El día del casting me presenté confiada en la experiencia adquirida durante todos esos meses de clases. Para mi absoluta sorpresa, Mr. Langford me dijo que no me podía dar el papel de un personaje con diálogo por mi acento. El día del estreno fui un pato danzante por dos minutos. 

Les familiares que se mofan de mi canto desentonado y les amigues que insisten en escuchar mi desentono en el karaoke.

IlustracionFelizFeliz001(1).png

En mis veintes salía de lunes a domingo, siempre había una excusa para verse con les amigues en los bares de San Pedro y alrededores. Una noche, camino a una fiesta con una amiga, de la nada, mientras ella conducía mirando fijamente hacia el frente y revisando de reojo el retrovisor, me sugirió que durante la velada tratara de no reírme tan fuerte como siempre lo hacía. 

En otro sueño estoy en un muelle, me siento harta y frita de todo. Tengo mi barquita atada, fuera de la tormenta que observo en altamar. En el siguiente cuadro, de la nada vienen a verterme barriles de agua encima. Mi reacción es pensar en cosas que quiero pero no puedo enunciar. Entonces empiezo a escribirlas. 

Demandas, de todos tipos: legales, emocionales, carnales, espirituales. Demandas no satisfechas y otras demandas a destiempo que entre las partes no logramos negociar o llegar a un acuerdo que nos satisfaga. Demandas que dejo de escuchar porque tendría que ensayar, saber contestar de muchas maneras, en muchos formatos. Entonces me obligo a escribir. ¿Por qué no puedo decir? Decir no necesariamente requiere palabras, así que tejo una faja roja de lana barata en una puntada fácil, tratando de rehacer mi realidad. No tengo palabras pronunciables para explicar nada. Me muerdo el labio superior en gesto de impotencia. Cabizbaja me pronuncio y ya nadie escucha. 

Ahora solo tengo muchas preguntas. Mis dudas ahora son solo preguntas. Porque antes mis preguntas eran dudas sobre mí misma. Pero hoy son solo preguntas, no dudas sobre mí misma. 

Zilch.