Mis besos lésbicos que no pudieron ser

por Anamá
ilustra Ariel

Un prólogo

    Pasa que soy una feminista falocéntrica. Esto lo descubrí hace un tiempo en Eric’s, jugando Saca tu falo después de una marcha feminista, no sé cuál, pero ese día Diana sacó la lista de todos los polvos que se había echado en la vida y se puso de pie para ponerla sobre la mesa. ‘’Este es el falo más grande de todos: coger con maes.’’ Le aplaudimos.  

    Diana, que es una mente, aceptó los aplausos entre reverencias y dijo que andaba la lista para masturbarse. Cuando salimos a fumar, me contó que la vara al chile era como porno -porno de nombres- pues los nombres no son otra cosa que significantes sexoafectivos. Dani, Ale B, Bambi… La lista de polvos es un diccionario personal de palabras cuyo significado son memorias explícitas. Entonces es mejor que la porno, le dije, porque son tus propios recuerdos. Sí, me dijo, pero pensá que también están los malos polvos. 

    Cuando volvimos adentro, la conmoción había llegado al punto de cambiar la dinámica del juego: ahora todas hacían su lista de polvos ahí mismo, alcoholizadas en Eric Copas. Salimos otra vez. Lau se sumó y nos confesó su bajón: ‘’me cae mal que seamos unas feministas tan falocéntricas. Cogemos con onvres, nos enamoramos de ellos, dejamos que sean nuestros mejores y peores polvos. Manda huevo’’. 

    Ahí fue cuando les propuse que hiciéramos un grupo de rehabilitación para heterosexuales, al estilo de A.A. pero sin dios. ‘’Ni patria, ni marido, ni partido’’ – cantó Diana, ‘’y si preguntan, curamos a la gente con marihuana.’’

    Así nació Heteras Anónimas de San Piedra. Es una estupidez, pero nos hace bien. Buscamos el camino de La Tortilla un (pi)paso a la vez y aceptamos nuestra adicción al pene como el residuo fecal de una subjetivación heteropatriarcal falologocentrista, un constructo social que no es natural ni esencial: nuestra heterosexualidad es fascista. 

    Mis besos lésbicos que no pudieron ser ganó el Galardón Literario Picha Licuada de las Heteras Anónimas S.P. en el 2020. El premio se lo dediqué a Diana porque este escrito es una reversión de su lista de polvos. Una versión anti-fa(los). 

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Mis besos lésbicos que no pudieron ser


1. Marii 

    Me parece que el beso que nunca le di a Marii es el más mierda de todos porque a Marii la enterramos en el 2016. La historia del beso que no pudo ser coagula sobre la idea abierta de una vida que no es más.  

    Pero lo del no-beso es de mucho antes del cáncer. En sexto de la escuela pasábamos mucho tiempo en su casa porque su mamá era la más alcahueta. Cuando sabía que íbamos nos dejaba fresas con azúcar y hasta poníamos internet. Vivían al puro frente de la iglesia de ladrillos de Calle Blancos, su casa también tenía muchos ladrillos, ladrillos Tournón que eran de una vieja fábrica de los tiempos de la costa rica cafetalera. Bellita fue la que nos contó eso. Bellita era una señora que vivía con ellas y trabajaba para ellas todo el día todos los días. 

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    Una vez, éramos solo Marii y yo en su cuarto jugando a grabar escenas de terror con una camarilla digital de aquellas grises rectangulares. A Marii le encantaban las pelis de miedo, pero cerraba los ojos cuando venían las partes de susto. Yo la veía a ella en esas partes y cuando abría los ojos nos veíamos un toque sin decirnos nada, ahí se sentía un cariñito que nunca entendí bien. En la escena que estábamos grabando yo tenía que meterme en el armario y ella -que era la directora- se metió conmigo para explicarme cómo actuar la escena. Me ordenó el pelo para atrás peinándomelo un poquito, ‘’aunque el pelo no se va a ver’’ – le dije, y ella, sonriente dijo ‘’ajá’’ viéndome la boca. Me pasó la legítima del corazón volcado y las manos sudorosas. Yo ya me había dado besos con maes después de los entrenos de fut, además había visto pelis de amor; lo que quiero decir es que supe lo que estaba pasando y paniquié durísimo. En una pura trabazón me aparté de ella hasta que pegué la cabeza contra la puerta del clóset causando la entrada de toda la luz. Marii me dijo que no le hiciera cara de asco, me lo dijo riéndose y yo cambié la cara, pero no me reí para nada. Después de eso no volvimos a jugar a grabar, creo que hasta dejamos de ver pelis de miedo. 

  

2. Rebeca

    Otro beso no dado fue el de Rebeca. Rebeca es de Naranjo, como mi familia, pero nosotras nos conocimos en Los Chiles. Yo andaba documentando una huelga piñera y ella estaba ahí, haciéndola. Se movió gente de todo lado, sindicalistas viejos, muchos pacos y Rebeca; ella es lo único que importa en esta historia. 

    Un día soñé que me la topaba, le decía todo y apretábamos en un bus. Pero voy a seguir con la historia triste que es la historia real. Rebeca fue despedida, estaba en huelga por eso, aunque no le importaba el sindicato. Cuando la entrevisté nos reímos mucho y le agarré confianza para pedirle que me acompañara más adentro del piñal a grabar unas tomas. Luego andábamos de pegas porque nos hicimos amigas de verdad. 

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    Era el tercer día de huelga cuando me dijo que fuéramos allá abajo. Caminamos hasta un árbol que ella tenía medido, era un arbolillo de naranja en medio de muchas hectáreas de piña. Nos sentamos en la sombra. Ahí le vi las manos, tenía manos feroces, pero aún suaves. Se cagó de risa cuando propuse que grabáramos un video de sus manos, pero me complació y hasta modeló. Pasó rato y nada que nos movíamos. Ahí casi no olía a Bromacil, solo nosotras olíamos fuerte, de tres días al sol sin bañarnos. Nos acomodamos cerca, sabíamos que nos olíamos. Quise saber más sobre el equipo de fútbol femenino de Santa Fe, ella era portera y estaba triste, pues el despido le implicaba tener que devolverse a buscar trabajo en Naranjo, y lo peor: dejar el equipo. Ella tenía claro que le gustaba más trabajar en la piña y jugar fut que pasar metida en esas tiendas de ropa y chunches de plástico. 

    Quiso saber cómo era mi vida en Chepe. Hablaba bajito, preguntaba conciso, hasta que -sin verme a los ojos- Rebeca me preguntó que si en los bares de la ciudad las chicas besaban a otras chicas. Le dije que de fijo, y que incluso cogían con chicas y tenían novias. Esta vez sí me vio a los ojos para preguntarme cómo cogían. Yo le clavé la mirada y le expliqué algo que ella ya sabía. No sé cómo hablar de la sonrisa de Rebeca en aquel momento. No hay metáfora. Yo sonreí también y a continuación me fuí para atrás. El movimiento fue tan torpe que las sonrisas se hicieron risa de las dos y me gusta pensar que aquel fue el momento más tonto y tierno de toda mi vida. 


3. Cora

    Con Cora me iba de ride con las cosas del tiempo y todo ese viaje benjaminiano de los chunches de cinta y las cámaras. En su casa había un montón de esas reliquias análogas porque su hermana mayor murió de repente y Cora no supo bien qué hacer con todo lo de ella que quedó desparramado en la casa azul que era el hogar de las dos. 

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    Yo conocí a Cora cuando las cosas de la hermana estaban desparramadas, pero además ella estaba desparramada. Cora era bonita en serio, tenía la carita linda como Chavela Vargas joven. Siempre olía a tierra porque sembraba mota y matas medicinales. Usaba vestidos cortos y me los prestaba cuando me quedaba a dormir. Aunque era verano, Cora estaba hecha mierda. Había días de asolearnos y ponernos vestidos finos para ir a robar helados caros al Fresh Market, y otros días en los que ella se acordaba de todo y lloraba cansada de querer morirse. Yo era una parte de su vida que no era parte de todo y en parte por eso le gustaba. Me lo dijo, que yo le gustaba porque le daba silencio y azúcar. No hubo no besos porque no intentó besarme. Más bien me dijo, con la lucidez de las mentes depresivas, que ella sabía que yo no era torta y no quería incomodarme, ni incomodarse. Que, si algún día pensaba otra cosa, se lo dijera.  

    Un día sentí ganas de lamerle las tetas. Las dos teníamos tetas muy bonitas. La habríamos pasado lindo chupándonos las tetas después de tomarnos fotos, además, la casa necesitaba un poco de ese sexo simple entre chunches de cinta que caerían y cambiarían de lugar. Fui notando su sensualidad, sus rincones corporales. Empecé a acercarme a sus nalgas por la noche, pero no le dije nada. Ella empezó a limpiar la sala, recogió los chunches y un día ya no me buscó más. 

*****

    ‘’Pero ¿por qué no buscaste vos a Cora?’’ – me dice la chica que me gusta. Está sentada en mi escritorio, eso es posible porque ella me ayudó a repararlo. Acaba de leer el texto y eso me dice. Improviso algo como que el yo lírico tiene ese problema. 

    ‘’Pero entonces sería tuanis cerrar con algo más… No sé, un beso.’’

    ‘’Pero eso iría en contra de toda la vara de los besos que no pudieron ser.’’

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    ‘’Pero tal vez ya te rehabilitaste gracias a Heteras Anónimas, ¿o seguís siendo una facha?’’ – me suelta. La miro con gusto, le explico que el personaje que escribe no soy necesariamente yo, y que la heterosexualidad no es necesariamente fascista. Ella me dice ajá-ajá con los ojitos. 

    ‘’Pero; si digo beso, ¿besaré?’’ – le digo, porque subió una historia de Pizarnik y soy terrible haciendo esto. 

    ‘’No Ana, para besar tenés que besar.’’



Anamaría Rojas.

Enero 2021, San Pedro.