Las mujeres no cagan

por Alejandra Marín

ilustra Laui

A course from the depths of womanhood

Is very salt, and bitter, and good.

Elizabeth Barret Browning

I don’t fart, what are you talking about?

Kim Kardashian

Cuando era pequeña me gastaba horas en el baño porque me costaba cagar. 

Para preocupación de mis padres y molestia de mis hermanos, siempre que me mandaban a intentarlo llevaba cositas para hacer, porque lo que venía a continuación no era una tarea rápida, ni fácil.

Mis hermanos tenían un repertorio de canciones inventadas para molestarme, constantemente me pedían que les jalara el dedo y nunca desperdiciaron una sola oportunidad de meterme al baño para que viera cómo se suponía que debían ser las cacas y no “esas bolillas que usted echa”.

Como hablar o hacer chistes de caca, pedos, eructos y esas cosas no era nada común en los círculos de amiguitas, yo no podía saber si lo mío era normal o no. 

En casa se sabía que Ma cagaba, pero no a ciencia cierta; las veces que la escuché tirarse pedos decía que había pasado una moto y yo, honestamente, siempre me quedé con la duda.

Cuando mis hermanos intentaban echarme la culpa de algún mal olor a la mesa, Pa decía que era imposible porque mis pedos olían a flores, y como no pasaba casi nunca, también me quedé con la duda.

Mi vida no era sencilla porque mi cuerpo no era sencillo.

Recuerdo excepcionalmente un día que vi un grafitti en un paredón ahí por el Real Cariari; era un stencil de una chica con los pantalones a la altura de los tobillos, sentada sin tocar la taza que tenía debajo, y un texto que decía LAS MUJERES NO CAGAN.

La imagen me sacudió profundamente; si esa información llegó hasta una pared debía ser cierta y universal, entonces, lo que me pasaba a mí era un tema de género y no médico. 

De alguna manera esto me alivió porque ahora las cosas tenían sentido: el estreñimiento era solamente “un problema más” de ser mujer.

Porque ser mujer era un problema.

La convivencia con mi madre y otras mujeres de la familia me preparó, desde siempre,  para entender que la combinación de cromosomas X + X era una sentencia de malestar, incomodidad y dolor para toda la vida.

El evento más claro de esto era la menstruación, otra cosa de la que no se hablaba, pero era imposible de ignorar: a una prima se le brotaba muy feo la cara, a mi mamá le daba migraña, a una compañera que le vino desde la escuela, el dolor la dejaba tirada boca arriba en el piso del aula una vez al mes, a otra prima le daban sofoques, a la mamá de una amiga le dio anemia alguna vez, y una lista enorme de particularidades terribles, pero lo que era cierto era que a todas “les olía a pescado” y se ponían de mal humor.

Por supuesto que cuando a mis compañeras empezó a venirles yo empecé a ponerme nerviosa, no quería lidiar con eso porque ni siquiera había terminado de hacer las paces con mi sistema digestivo.


Una mañana, doblada en la taza entre dolor y el aburrimiento, vi una mancha café en mis calzones que me asustó mucho.

Para ese momento tenía catorce años y todavía no me había bajado la regla, estaba “tardita”, tanto según la presión social, que ya había comenzado a aceptar que a mí no me iba a venir, que yo era estreñida y desmenstruada.

Ese día estuve un tiempo particularmente largo ahí sentada, tanto que Ma tocó la puerta y preguntó si todo estaba bien. Acepté que había fallado de nuevo en la transacción digestiva y que esa mancha había que comunicarla; salí del baño y le pregunté a mi mamá que de qué color era la regla, ella respondió sin cuidado “roja, es sangre”. 

Me acosté en posición fetal para amainar el dolor y poder explicarle que tenía varios días sin “ir al baño” y una mancha en los calzones que me obligó a mostrarle.

Eso es regla 

¿Cómo que regla?, ¿no es que es roja?

Sí, bueno, en general, pero es tu primera vez y la sangre puede ser de varios colores, dependiendo si es regla acumulada, o cuando es más flujo que otra cosa, también puede ser sangre añeja o incluso san…

Yo no estaba entendiendo nada, primero porque el dolor me impedía pensar con claridad y segundo porque lo que ella me estaba diciendo no tenía lógica. Sangre acumulada, sangre oxidada, sangre diluida, sangre normal… ¿De qué está hablando esta señora, por qué la sangre puede ser café y por qué me duele tanto el estómago?

LAUI'S.jpg

No es el estómago lo que te duele, son los ovarios.

¿Los ovarios?

Sí, bueno, el útero más bien.

Pero, Ma, el útero está muy cerca del estómago y los intestinos y todo eso.

Sí, por eso cuando una está embarazada orina tanto.

¿Qué?

Sí, mi amor, yo sé, es una mierda, pero es lo que toca.

¿Por eso es que estoy toda tapada?

Puede que sí, a veces la menstruación estriñe… a veces afloja.

Pero entonces, ¿qué es lo que me duele?

Ay, Ale, me imagino que te duele todo.

Y sí, me dolía todo.

El día siguiente llegó la sangre roja y la caca de los 4 anteriores.

Una monstruosidad, la imagen más grosera: yo, sentadita en la taza con los calzones la altura de los tobillos, envolviendo una toallita sanitaria, manchada y hedionda, en papel higiénico mientras veía entre mis piernas una mescolanza de caca, sangre y orines.

Nada en ese espectáculo era delicado y definitivamente no olía a flores.

Era barbárico.


De ese evento han pasado 15 años y hace no mucho descubrí que la regla no huele a pescado, sino a metal. Pasa que la sangre se oxida cuando entra en contacto con el oxígeno y si se acumula en un material que no respira (como las toallas), se pudre y huele feo. 

También descubrí que el desayuno sí es la comida más importante y es fundamental para poder cagar al menos una vez al día, que la avena es mi mejor amiga y que mis hermanos tenían razón: los chistes de pedos sí son graciosos y lo mío no era normal.