Kits de supervivencia ante contratiempos/desastres mentales

Texto e ilustraciones por Lini

Abrir las cortinas, cerrar las cortinas.
¿Hacer la cama? No, nunca hacer la cama.
Poner la comida de Peppa a descongelar.
Pasar a orinar de regreso a la cama.
Meterme a la cama, volver a salir.
Preparar el cereal, cortar las manzanas y ponerle yogurt
¿Limpiar la cocina? Mañana (siempre).

¿Apagar el tele? En 10 min o en 5 min o a las 10:30, mejor a las 11. O nunca.
El silencio me hace sentir sola.
Poner Spotify.

Sacar a Peppa, meter a Peppa, limpiar la caca de la cocina, a veces limpiar orines, regañar a Peppa, abrazar a Peppa. Decirle a Peppa que la quiero, que aunque se orine en la cocina, siempre la voy a querer.

Y volver a hacerlo todo igual al día siguiente. Los días se sienten a veces como en loop, un eterno posponer de las rutinas domésticas. Sólo hago lo mínimo, porque no me da para más. Son episodios que duran unos días, en el peor de los casos una semana. En mis peores épocas eso era la vida, un loop sin sentido, vivir en piloto automático.

Suelo guardar ciertos libros para esos ratos, los veo y entiendo que eventualmente me van a tomar de la mano y me van acompañar en días en los que sienta que no quiero estar sola, en los que necesite ayuda, pero no sepa cómo pedirla. Son como un kit de supervivencia, ábrase solo en caso de emergencia.

Es que hay días donde todavía todo me duele, donde sé que hay algo que me incomoda pero no le sé poner nombre, donde necesito que alguien más le ponga nombre a lo que duele, para saber qué es lo que me está doliendo a mí, donde necesito que alguien diga en voz alta todo lo que yo no me atrevo a decir. Mis kits de supervivencia son escritos por chicas, en primera persona, cortitos pero llenos de sabiduría, o quizás más bien llenos de compasión. Libros que me hacen sentir acompañada en momentos donde mi dolor me resulta patético, donde estoy cansada de sentirme mal, donde me siento una extraña en mi propio cuerpo, donde no entiendo por qué esto de sanar toma tanto tiempo y por qué lo tengo que hacer sola.

Por un día o dos, dependiendo de qué tan grande sea el libro, estas chicas me toman de la mano y comparten sus historias, sus miedos y sus sueños conmigo, nos leemos la una a la otra y nos volvemos mejores amigas. Trato de rendir las páginas, porque una vez que se acabe, tendré que seguir sola mi camino. Lo bueno es que entenderme en las palabras de otras me hace sentir menos desprotegida. Aunque quien escribió todo eso viva lejos, o nunca la llegue a conocer, por unos días se siente como si hubiera hecho una nueva amiga, que en caso de emergencia podría llamar y ella sabría qué decirme o cómo calmarme.

Hace unos días tuve uno de esos episodios, la voz mal ride en mi cabeza tomó el control y mi mente entró en un loop. Mi mente me alertaba, me decía que algo andaba mal, mis pensamientos se empezaron a nublar, todo se volvió gris, todo se sentía pesado, trataba de seguir mis rutinas, mientras escuchaba a la voz del superyó decirme lo decepcionada que estaba de mí, lo patética que era, por pensar que las cosas estaban mejorando, me llamaba ingenua por creer que podía sanar, enumeraba todos mis errores y me decía que me diera por vencida y mejor me acostara a dormir, la peor playlist ever en repeat.

Debo decir que este episodio me tomó por sorpresa, aunque para ser honesta nunca los veo venir. Creo que pensé que ya la niebla nunca iba a volver y me sentí un tanto derrotada. ¿Qué sentido tiene todo el esfuerzo que estoy haciendo, si no puedo evitar que mi voz crítica agarre un altavoz y trate de destruir todo lo que estoy tratando de construir?

Era tiempo entonces de abrir un kit de emergencia, esta vez con el título “Hey no pierdas la simpleza de escuchar la misma playlist una y otra vez”. No tenía claro de qué se trataba, solo recuerdo que mi hermano me había dicho que lo habían escrito en Puerto Viejo y pensé que en este momento me caería perfecto un viajecito al Caribe. Y así lo hice, de Berlín a Puerto Viejo, de mi cabeza a la de Mónica. Encontré que sus palabras eran un eco de las mías, pero también un recordatorio de no dejar que la voz malride tome el control y que si no le puedo quitar el micrófono, mínimo me ponga audífonos y escuche un playlist bonito, que me recuerde que yo soy mucho más que todos mis errores. Mi compañera de viaje también habló de sanar, y me recordó que está bien sentir miedo a veces y que “lo más difícil y lo más fácil de todo” es ponerse de primera, pero que es el único camino para estar mejor. Después de dos días, me despedí de Mónica, le agradecí por aparecer en el momento justo para atajarme y darme el impulso para volver a levantarme y seguir intentando estar bien.

El recaer se siente a veces como un fracaso, pero en un proceso de sanación es algo a lo que hay que acostumbrarse. A veces siento que es como una prueba, para saber si ya aprendí a quererme de verdad, si ya me perdoné por todas las cosas que en otro momento no tuve las herramientas para hacer mejor, y ver si ya logro demostrarme la misma compasión que le ofrezco a mis amigas. Creo que poco a poco voy logrando sumarle puntos al examen del selflove, y a pesar de mis esporádicos episodios de autosabotaje, siento que salgo de cada uno sintiéndome más fuerte, porque me permiten entenderme mejor y darme
cuenta que aunque no parezca estoy cambiando y que no todo cambio
tiene que ser radical para que cuente.