FAVOR NO PARARSE SOBRE LAS BÓVEDAS

por Marco Méndez
ilustración por
Ariel Bertarioni

Siempre fui un miedoso sin remedio. Desde los sustos predecibles de las películas de terror hasta las bromas en las que caigo fácilmente. Aún así, siempre me he sentido a mis anchas deambulando en los dos cementerios de mi pueblo de origen. Por los que me gusta frecuentar en los meses lluviosos, sobre todo antes del anochecer en las vísperas del Día de Difuntos.

Frailes tiene dos cementerios. Uno antiguo y céntrico, el cual dejó de sepultar gente desde finales de los sesenta. El otro que le sustituyó está más alejado, rodeado de cafetales y eucaliptos cerca de un barrio que con el tiempo se fue poblando.

El cementerio viejo se ubica entre el Salón Comunal, un cafetal de la escuela y un camino asfaltado. Aunque su entrada principal suele tener candado, es fácil ingresar por una pendiente laderosa del lado de la calle. Erosionada con los años a riesgo de que la lluvia en un futuro revele las tablas de los ataúdes enterrados cerca de la orilla.

La mayoría de las tumbas existentes en el cementerio viejo datan de la primera mitad de siglo pasado. Tienen variados estados de restauración o abandono. Algunas muestran una sepultura modesta en cemento, donde al menos se indica el nombre y año de la persona fallecida. Otras, menos afortunadas, tienen los ataúdes pudriéndose anónimamente bajo tierra.

Mi tumba favorita es una bóveda de tres niveles construida en ladrillo y cemento. Pese al desgaste todavía se mantiene en pie, ligeramente inclinada. Se rinde poco a poco al musgo y tiene un aire siniestro muy particular.

Gótico fraileño, le digo yo.

Hace años una amiga de la zona, quien es productora audiovisual, fue a filmar ahí un cortometraje de época como parte de un equipo de rodaje. Lo titularon “La vida es sueño” y logré mirarlo en el CENAC durante el 2010. El grabar de día les permitió mostrar a detalle la antigüedad de las tumbas, al igual que el paisaje montañoso de cerros como El Abejonal o Los Cuarteles.

Cuando se clausuró el cementerio muchas tumbas fueron exhumadas para darles sepultura en el nuevo camposanto, por iniciativa de familiares y descendientes. Por eso el cementerio viejo se observa vacío en algunas zonas. A veces sin notar diferencia entre parcelas desocupadas o leves montículos de tierra. En el mejor de los casos tienen cruces sin nombre en metal oxidado. Prontas a desaparecer, olvidadas por una descendencia que emigró del pueblo o murió hace años.

Pese a la lejanía, el cementerio nuevo de Frailes cuenta con amplias zonas verdes, un orden más establecido y una modesta capilla para misas ocasionales. Por la sencillez de la capilla se me hace más apta para un garaje que un recinto religioso. Las tumbas están rodeadas de zacate y cipreses de baja estatura como en el cementerio viejo. Aunque más verdes y podadas.

La mayoría de bóvedas y lápidas están construidas en cemento y adornadas láminas de cerámica, que lucirían mejor en un balneario. Unas pocas tienen estatuas de diversos tamaños de vírgenes, cristos y ángeles. Difícilmente este cementerio llegue a tener la pretensión artística de otros con más historia. Siempre ha sido caro vivir, pero ahora hay que endeudarse hasta para morirse.

Aunque este cementerio esté lejos de tener riqueza arquitectónica, tiene edificaciones tan simples como dignas. Sus tumbas no dejan de ser construcciones frágiles que apenas resisten al clima, no así de niños inquietos o aburridos. Cuando veo el letrero de FAVOR NO PARARSE SOBRE LAS BOVEDAS, me imagino que en el pasado hubo algún mocoso sin suerte que saltó sobre una lápida, quebrándola para caer a los brazos de un cadáver.

Fue en el cementerio nuevo donde tuve una de mis primeras vivencias con la muerte. Cuando tenía 10 años murió mi abuela paterna. Fue velada en casa de mis papás durante un par de días, que para mí resultaron como una semana. Terminó sepultada junto a mi abuelo, quien falleció casi treinta años antes en 1968. Fue uno de los primeros en ser sepultado ahí.

Otros de mis familiares también yacen en el lugar. Entre ellos hay uno muy especial. Un hermano mayor a quien nunca conocí, porque murió a los dos días de nacido. El suceso dejó profundas secuelas emocionales en mis padres, especialmente en mi mamá. Quien tuvo medicación y tratamiento psicológico durante años. Lidiando muchas veces en silencio con la estrechez mental de personas beatas y chismosas. Gente que le basta con ir a la iglesia para expiar dolores y culpas.

La tumba de mi hermano tiene una cerca metálica, que rodea un metro cuadrado de zacate junto una cruz con sus iniciales MVMC. No hay fecha y año señalado. La verdad tengo curiosidad en saber el día de su fallecimiento y probablemente mis papás hoy no tengan reparo en decírmelo. Pero mejor me ahorro el riesgo de agrietar esa bóveda. Una tumba que en lo profundo de ambos jamás será restaurada del todo.